Esta es la invitación que se preparó para dicho Acto:
Acto de apertura del curso
académico 2012-2013
Martes, 18 de Septiembre – 12’30 h
Salón de actos
El Director del I.E.S “Mariano Baquero Goyanes” en nombre de la
comunidad educativa,tiene el gusto de invitarles al Acto de Apertura del Curso
escolar 2012-2013
Programa:
-Charla
inaugural a cargo de Doña Estefanía Martínez
-Entrega
de diplomas
-Apertura
del curso por Don Francisco Ortuño Ruiz, Director del Centro
A
la finalización del Acto se servirá un aperitivo
Este es el discurso, tan emotivo, que elaboró nuestra antigua alumna:
CRECIENDO EN EL IES MARIANO BAQUERO GOYANES
UN ELOGIO DE MIS MAESTROS.
Buenos
días a todos, estoy encantada de poder estar aquí y muchas gracias por haberme
invitado. Dado el carácter especial de esta jornada no he querido hacer una
lección inaugural al uso, permitidme compartir con vosotros lo que significo
para mí crecer y madurar en este este
instituto. Permitidme que me dé el lujo de elogiar a los maestros con los que
crecí.
Hace
dos semanas recibí la llamada de Paco,
vuestro director, al que no conocía y me dice que me llama del IES
Mariano Baquero; ¿te suena ese instituto?, me dice: Sí claro! Respondo
extrañada, mientras, se agolpan en mi mente un montón de imágenes y un montón de sensaciones en mi piel.
“Vamos
a celebrar el veinticinco aniversario del centro y hemos pensado en ti para que
des un pequeño discurso como antigua alumna de este centro.
Me
quedé estupefacta, muy sorprendida, y respondí que estaría encantada, me sentí
orgullosa y a la vez nerviosa.
¿Por qué habrán
pensado en mí?
Me
hice esta pregunta porque desde luego no fui una alumna especial, no saqué las
mejores notas, ni fui la mejor deportista (eso os lo aseguro) no cantaba en el
coro, ni actúe en el grupo de teatro, y sé que a más de un profesor, le di más
de un quebradero de cabeza.
Tampoco
vayáis a pensar que ahora soy un personaje famoso o un científico reputado o
juez del tribunal supremo. No, soy profesora de un instituto y doy clases de
filosofía.
¿Es
posible que hayan querido que dé el
discurso por eso? No, pensándolo
detenidamente me di cuenta que yo hoy, estoy delante de vosotros (muy nerviosa,
por cierto) porque, al igual que el resto de los alumnos que durante
veinticinco años han respirado estas aulas, yo aprendí a vivir en ellas. ¿Qué
me diferencia, entonces, del resto de mis compañeros? Posiblemente, sólo, que
fui consciente de que aquí, los límites
de mi vida se ampliaron para siempre. Me sentí arrojada a una existencia, que
como os pasará a muchos de vosotros, me costaba asumir. Sentimientos encontrados,
miedos, alegrías, desengaños, amigos, rivalidades… Y cuántas inseguridades!
Y entonces me encontré con ellos, con mis
profesores. No esperaba nada de ellos pero, me dieron mucho, me dieron tanto…
Me pusieron la vida ante mis ojos y me dijeron, cógela, manéjala, es tuya, tú
puedes, y los que es más importante, tú debes, debes hacer algo bueno con tu
vida. Es tu responsabilidad y nosotros te ayudaremos si nos dejas.
En
este instituto yo sentí eso siendo muy jovencita, sentí una ayuda tenaz, firme,
a veces disimulada, otras veces explícita, clara y otras incluso rabiosa, como
si dijesen: eh! ¿ qué pasa!, reacciona!, esto lo hacemos por ti, es para ti!
Quién
me iba a decir a mi que mi profesora de literatura, seria y disciplinada y que
durante muchos años ha sido también directora de este centro, me acogería en su
casa, que su hija se convertiría en una de mis mejores amigas y que me trataría con un cariño, que aún hoy me
estremece. O que Ángela, risueña y optimista, me reñiría por no hacer las cosas
como era debido.
Y
desde luego, si el primer día de clase me dicen que el profesor de filosofía,
con su cara y andares de bondad infinita, me iba a levantar las veces que caí,
hubiese pensado que me tomaban el pelo.
Y
es que esos desconocidos que se presentan ante ti el primer día de clase, se
comprometen contigo, pactan contigo, les importas, eso debéis tenerlo muy
claro.
Cuando
terminé bachillerato y quise estudiar filosofía, Ramón Gil, me aconsejaba otra
cosa, algo con más salidas profesionales, me dijo. Pero era demasiado tarde, el
me dio las primeras lecciones cuando en clase de ética planteaba un problema y
nos decía: ¡comentadlo! Yo pensaba: ¡vaya!
¡ Reacciona! Mira lo que pasa a tu alrededor, piénsalo, sé consciente,
no pases de largo.
Pensar
la realidad que me rodea, que me compete
y transforma se convirtió en una necesidad básica, yo recurrí a la filosofía
para hacerlo, pero me consta que el resto de mis compañeros encontraron su
camino en otros oficios. Pero todos tenemos en común que crecimos contagiados de la fortaleza, autonomía, independencia,
dedicación, compromiso y libertad de nuestros maestros. Personas que hacen de
su pasión su trabajo, de su trabajo su vida, de sus alumnos su familia, de su centro su casa. Y
eso os lo digo, no porque hoy yo también me dedique a la enseñanza, sino porque
teniendo vuestra edad era algo que no podía dejar de percibir.
Hoy
inauguramos un nuevo curso, celebramos veinticinco años de la apertura de este
centro. Un sitio que nos pertenece a todos, un lugar para cultivar el amor al
saber y el amor a los otros. Un centro donde las diferencias sociales no
existen, donde la igualdad de oportunidades se convierte en una prioridad.
Donde se pone toda la fe y la esperanza en los jóvenes que caminan por sus
pasillos y que ocupan sus aulas generación tras generación.
Yo
le agradezco a María Antonia que me
enseñase sintaxis, a María Luisa, la duda cartesiana, a Félix latín y a Ramón
la lógica proposicional, a todos y cada uno de los que me transmitieron sus
conocimientos les doy las gracias, pero lo que más les agradezco es que hagan
de nuestra vida una vida más vivible,
que hagan que salgamos de aquí siendo mejores personas de lo que éramos.
Seguro
que me entendéis, todos vosotros sabéis de qué hablo. Hablo de una red tejida
con afecto y dedicación que este centro, el IES Mariano Baquero, se dedica a
cultivar sin desfallecer, sin claudicar y rendirse.
La
revista, el grupo de teatro, los viajes de estudio, los intercambios, las aulas
de acogida, los actos como estos, son las herramientas que una comunidad de
personas, buenas y comprometidas utilizan para generar opciones y oportunidades
a gente como yo, a gente como vosotros. Enseñaros matemáticas, latín, griego,
informática, inglés, francés, arte…no es un fin en sí mismo, es sólo el
mecanismo estructural para edificar almas libres e individuos buenos y
honestos.
La
educación es nuestro derecho, es la obligación de nuestro Estado velar para que
eso sea así, es su legitimidad, si no, su poder ha de ser nulo. Por eso,
sigamos luchando para que la educación
sea tal y como nos merecemos, para
que no se convierta en un privilegio inaccesible. Luchemos para que
nuestro gobierno siga invirtiendo lo que nos pertenece legítimamente. No
permitáis que se devalúe ni se desprestigie lo que en un centro como el Mariano
Baquero se consigue. Os invito a que luchéis y os sintáis orgullosos de
graduaros, algún día, en este centro, para que el día de mañana vuestros hijos
puedan cruzar los muros de grafitis y sentir la satisfacción de pertenecer a un
lugar donde se ama la educación, donde el saber se transmite como fuente de
independencia, de esperanza y libertad.
Mis
abuelos no pudieron estudiar porque no se lo pudieron permitir. Siempre fueron
conscientes de que sus oportunidades se redujeron. Cuando se enteraron de que donde
se alojaban las gigantes cisternas de Campsa, se iba a construir un instituto,
este instituto, dieron por sentado que su nieta mayor estudiaría en él.
Vosotros y yo tenemos suerte de poder disfrutarlo. Por ello, tomad bajo vuestra responsabilidad la labor
de que no se reduzcan vuestras opciones,
ni la de vuestros hijos, ni la de
vuestros nietos.
Cuando
en 1957 Albert Camus recibió el Premio Nobel de Literatura se lo dedicó a Louis
Germain, poco después le escribiría una carta a su viejo maestro. Una carta
breve, sencilla…no era necesario más.
Os
la leo:
Querido señor Germain:
Esperé a que se apagara un poco el ruido que me ha rodeado estos días
antes de hablarle de todo corazón. He recibido un honor demasiado grande, que
no he buscado ni pedido. Pero cuando supe la noticia, pensé primero en mi madre
y después en usted. Sin usted, sin la mano afectuosa que tendió al niño pobre
que era yo, sin su enseñanza y su ejemplo, no hubiese sucedido nada de todo
esto. No es que dé demasiada importancia
a un honor de este tipo. Pero ofrece por lo menos, la oportunidad de decirle lo
que usted ha sido y sigue siendo para mí, y de corroborarle que sus esfuerzos,
su trabajo y el corazón generoso que usted puso en ello continuarán siempre
vivo en uno de sus pequeños escolares, que, pese a los años, no ha dejado de
ser su alumno agradecido.
Lo abrazo con todas mis fuerzas
Este argelino pobre y
huérfano de padre, cuya madre era analfabeta y cuya abuela solo deseaba que
saliera de la escuela y se pusiera a trabajar, tuvo la suerte de encontrar un
maestro que supo ver su genialidad y se comprometió con él.
Lo
que hizo Louis Germain es lo que hace un educador. Comprometerse, no con el
genio de sus alumnos, porque evidentemente no todos tenemos la suerte de ser
superdotados como Camus, sino comprometerse con la realidad de educarnos. La
educación no nos hace premios nobel, nos hace, y me repito sin complejos,¡
libres! Y la libertad es lo que nos hace
hombres, simplemente humanos.
¿Y
qué es lo que más anhela el ser humano?
Es
obvio, todos, estemos o no familiarizados con los grandes sistemas filosóficos,
podemos llegar a concluir que lo que el hombre anhela, a lo que aspira en cada
uno de sus pasos, en cada uno de sus actos, es a la felicidad.
Y
no me creáis pretenciosa si me atrevo a
afirmar hoy aquí, que los maestros transitan la senda de la felicidad en su
labor diaria.
No
es feliz el que satisface sus intereses particulares de manera despiadada y
egoísta, la felicidad es un impulso que arranca de la necesidad vital de edificarse
en un sentimiento solidario con los otros. En un pacto por los otros para
paliar la desdicha, la pobreza, la falta de amor y la ignorancia.
¡Decidme
si no es eso lo que hacen nuestros maestros! ¡Decidme maestros, si no es eso lo
que hacéis cuando junto con la lección que toca impartir, transmitís un
profundo quehacer moral, que desde luego es imposible plasmar en las
programaciones anuales!
Os
dije al principio de mi intervención que si hoy enseño filosofía es porque
hallé en esta disciplina una ayuda inestimable para mis propias carencias, para
mi necesidad particular de respuestas y de orden para mis sinsentidos. Sin
embargo, como flujo inevitable, incapaz de contener, se presentó ante mí la
obligación personal de dedicarme a enseñar lo que a mi me sirvió.
Mi
felicidad pasa por colaborar en la felicidad de mis alumnos, transmitiendo, a
través de Platón, de Kant, de Ortega, de Sartre… la pasión por la justicia
humana.
Las
preguntas requieren de un maestro, el maestro requiere de la verdad, la verdad
se deja rozar por la filosofía. El alumno y el profesor sólo se entienden en la
relación que les une. El caminar juntos, como decía María Zambrano, es lo que
es educar. Los contenidos estereotipados, son un anexo secundario, último de
nuestra labor.
Hace
ahora algo más de ocho años que cada septiembre me pongo delante de mis
alumnos, me presento y comienzo la clase. Nunca dejo de tener la sensación de
exposición absoluta, de que lo que captan de su profesora va más allá del
contenido de sus palabras. Un referente, un amigo, un cómplice, un amarre, un
tábano. Alguien que destruye muros, al que interpelar para salir de la duda,
que te clarifica y a la vez te sugiere. Ahí empieza el diálogo, ahí se aúnan
las vidas de maestro y alumno.
Es
posible que muchos no se den cuenta de que pocos entendemos nuestra labor como
una profesión, estrictamente. Que sólo en escasos momentos nos sentimos
derrotados y perdidos, y que cuando flaqueamos hastiados por el menosprecio de
los que nos señalan y vapulean , de los que nos gritan desde el púlpito que les
otorga impunidad y poder, nos recomponemos y luchamos acompañados de nuestros
alumnos. Ellos también están, Vosotros
también estáis.
Y
no quiero concluir mi intervención sin señalar la importancia del espacio en el
que se acoge el vínculo del que hablamos: el centro.
Podría
darse por sentado que lo importante del espacio es la gente que lo ocupa y
habita, pero permitidme deciros que en
los tres últimos años, he llegado a una conclusión distinta.
Durante
los tres últimos años he dado clases en un centro de barracones, no sé si
habéis visto las casetas que se instalan en las obras…
Mi
centro es así, las aulas prefabricadas acogen a mis alumnos, y es difícil
lograr en ellos un sentimiento de pertenencia y de familia en un lugar
inhóspito como al que se ven obligados a asistir.
La
educación es un derecho, ya lo hemos dicho, todos tenemos derecho a prepararnos
para la rudeza de la existencia. El centro nos permite acogernos a la vida poco
a poco, su estructura, la división de sus tiempos nos conduce al centro de la
vorágine que es el vivir. Y ahí, sí
que estaremos solos.
Si
deambulamos por un espacio desvencijado, anodino, frío y desalmado pueden
nuestros corazones vaticinar un futuro mucho peor del que nos corresponde.
Por
eso me gusta pasar por delante del Mariano Baquero, me gusta ver sus paredes
decoradas con colores prometedores, me gusta ver sus árboles frondosos y me gusta
que esté al lado de las vías del tren anticipando el viaje que debemos
emprender, haciéndonos conscientes de que el destino lo forjamos juntos, de que
viajamos juntos.
Me
siento satisfecha y contenta, mucho, de
haber sido alumna de este centro y de haber conocido lo que es estar con gente buena, sabia y que se
preocupa por ti.
Daros
cuenta que mi experiencia como alumna es la experiencia de muchos. Comprended
todo lo que os aporta esta pequeña comunidad a la que pertenecéis y sentíos
llenos de ella. No permitáis que la sacrifiquen en ningún sentido.